Con la mirada indiscreta de la cineasta que también es, a la vez distante y comprometida en la acción, Marguerite Duras se las ingenia para sosprender a ese hombre sentado en el pasillo oscuro y a esa mujer acostada al sol en sus desgarrados encuentros amorosos, que se desarrollan en un apoteósico escenario romántico. De esta incursión de voyeuse, de «mirona» descarada, en la actividad sexual de una pareja a la que ve, cree ver o imagina, obtendremos nosotros, los lectores, una pequeña pero no menos soberbia obra maestra del género.
En la línea de El hombre sentado en el pasillo (La sonrisa vertical 34), la gran escritora francesa Marguerite Duras contempla en El mal de la muerte a un hombre aquejado de un mal terrible, devastador, que lo mata en vida : el de la impotencia de amar.
Este hombre, en un intento deseperado de supervivencia, alquila por unas noches a una joven en cuyo cuerpo él espera aún encontrar, al menos por primera y última vez, esa vida que se le va, que se le ha ido ya…o que jamás tuvo. Pero, entre los gemidos del sexo, en el revuelo de las sábanas, semejante al de las olas del oscuro mar que les rodea, ella no percibe en él otra cosa que los estertores de una muerte irremediable.
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