Publicada
por vez primera en Gran Bretaña en 1881 y, debido a su éxito, traducida nueve
años después al francés, Autobiografía de una pulga
permanecía aún inédita en castellano. Su aparición en España, más de un siglo
después, viene a enriquecer el panorama
de la literatura erótica victoriana,
de la que Tusquets Editores ha
sacado a la luz ya tres de las más importantes obras, dos de ellas también
anónimas: Mi vida secreta (2 vols.), La novela de la lujuria y Mi
vida y amores (4 vols.), de Frank Harris (La sonrisa vertical 8-9, 64 y
27).
Como
las citadas obras clásicas, además de un ingenioso planteamiento, Autobiografía
de una pulga posee todos los elementos que caracterizan a la novela erótica inglesa de finales del siglo
XIX: cándidas jovencitas, damas que engañan a sus maridos, clérigos sin
escrúpulos y hazañas eróticas desmesuradas.
Ésta
es la historia de una pulga, o mejor
dicho, de todo lo que esa pulga ve desde el memorable día en que escogió para
vivir la nívea pierna de Bella, una
encantadora e inocente jovencita que acudía a la iglesia acompañada de su tía.
Con la avidez de un voyeur, la pulga
asistirá a la iniciación de Bella en
el arte amatorio con su amigo Charlie.
Pero, ay, sorprendidos por el cura confesor -el padre Ambrose-, éste ofrecerá a la joven, a modo de penitencia, la
oportunidad de convertirse en la “elegida” para saciar los santos deseos del
sacerdote. A partir de este encuentro de Bella
con el padre Ambrose, la lascivia de
la joven, de incipiente voluptuosidad, se desboca: decidida a disfrutar de esos
placeres recién descubiertos, no parará hasta implicar a su tío. Fiel a Bella, la pulga seguirá las andanzas de
tío, sobrina y confesor, que
se dedican a pervertir, juntos o separados, a cuantas personas se les antojan
deseables, mientras, en un crescendo,
se suceden las escenas más lúbricas y desaforadas de la literatura erótica.
Así, utilizando en su narración el ingenuo punto de vista de una pulga, el desconocido autor de esta Autobiografía describe con asombrosa libertad las lujurias y perversidades más prohibidas por la estricta moral victoriana, al tiempo que arremete contra la hipocresía de la Iglesia y las costumbres sexuales de la época.