Contrariamente a la costumbre entre escritores de novelas
eróticas, el misterioso autor de ésta, El
Djanina, no tiene inconveniente en revelar su identidad: en realidad, es
una mujer francesa, Janine Teisson,
quien, probablemente para recrear con mayor eficacia la atmósfera de aquellas legendarias y voluptuosas cortes orientales, cuya tradición literaria ha
alimentado la imaginación juvenil de
medio mundo, ha querido ella misma entrar en el juego de su propia ficción.
Quien lea Cher Hazad se lo agradecerá eternamente...
De hecho, Cher Hazad, publicada en 1993, es la
primera hoja de un díptico que El Djanina ha titulado Cuentos de la sultana y cuya segunda
hoja lleva por título Aladín y la lanza
maravillosa (1994). Ya ven ustedes, queridos lectores, ¡nos adentramos de
lleno en el jardín de las mil y una delicias... y de todos los equívocos!
Porque, aquí, es una reina, la bella,
caprichosa e insaciable Yasmina, y
no el cruel rey Shahriyar de Las mil y
una noches, la que, desengañada de los hombres, manda matar a los jóvenes
con quienes ha pasado la noche. Y es un poeta
músico de nombre Hazad —y no la
encantadora Scheherazade—, conocedor
de las mil sutilezas del amor, quien, tras contarle hermosas y sensuales
historias, la ama, con los ojos vendados —«porque la vista capta tan sólo la
superficie de los seres y alza entre ellos un velo engañoso que impide
descubrirlos»—, como jamás nadie la había amado.
«Debes saber, lector curioso», nos dice El Djanina, «que Hazad
(...), cansado de una vida de placeres demasiado previsibles, abandonó hace
meses la lejana ciudad en la que era célebre. En busca de aventuras, atravesó
el desierto para alcanzar el extraño reino de Yasmina, verde perla que descansa sobre el oro infinito de las
dunas, engastada entre montañas negras. Hazad
sabía que sus habitantes eran más amantes de la música que ningún otro
pueblo. Desde el primer momento, en el mesón, la gente le pidió que cantara
unos versos y al día siguiente acudió el barrio entero para disfrutar de su
música.» Pero ya su fama había llegado a oídos de la sultana y, «rompiendo aquel extasiado recogimiento, irrumpieron los
guardias del palacio», llevándose a Hazad,
quien, «con una soga al cuello, las manos atadas a la espalda, vestido con una
saya de seda de araña, siempre vendado, todavía bajo el efecto de amargas
pociones y escoltado por su verdugo sudoroso de odio, fue conducido por largos
y fríos pasadizos y arrojado sin miramientos en el aposento de Yasmina».
Y, a partir de aquí, cher lecteur, querido lector, comprenderá usted también por qué Yasmina no sólo no mandará matarlo al día siguiente, sino que ya no podrá prescindir de su cher Hazad...