Con una trayectoria de sorprendente coherencia, la obra de José Corredor-Matheos ha ido
profundizando, depurando, sus presupuestos iniciales, y acentuando su perfil
personalísimo y un tanto excéntrico con respecto a sus coetáneos de la
generación del cincuenta. En la tradición de la «poesía pura» de Juan Ramón o
Valéry, Corredor-Matheos entiende el
poema como una visión detenida de lo fugaz, una cristalización del fluir o una
aprehensión del destello que los objetos o el paisaje ofrecen al sujeto. Su
expresión justa y esencial, despojada y autosuficiente, y su tonalidad serena
delatan además la gravitación explícita de la poesía oriental. El
don de la ignorancia, que prosigue la estela de un libro tan original
como Carta a Li-Po, se convierte en
su poemario más preciso, el de expresión más ceñida y natural.
Dividido en cuatro partes, El don de la ignorancia
arranca con algunos poemas de extrañeza y asombro por la mera existencia. En
ellos se habla de la necesidad de «sosegar el espíritu / entre el pavor y el
gozo / de vivir». La segunda parte recoge poemas elegiacos a modo de homenajes a personas ya desaparecidas,
contrapunteados por otros dedicados a artistas vivos. Le suceden, en la
tercera, composiciones de reencuentro con lo cotidiano y lo natural, en la que
los poemas abordan los vínculos que establecemos con los objetos, así como la
lección de trascendencia que se desprende de ellos. Por último, la cuarta parte
versa sobre la, en términos budistas, serena constatación del vacío cósmico: el
no pensar, el perder la corporeidad, el desaparecer en la contemplación como
los pájaros: «¿cuándo podré crear / un mundo tan real / como irreal es éste /
en el que vivo?». Ahí se nos manifiesta una concepción de la poesía como
elemento efímero que forma parte del universo.
INFORMACIÓN COMPLEMENTARIA
Sobre la poesía de José Corredor-Matheos:
«Los círculos luminosos y concéntricos de esta poesía están iluminados en toda su extensión por las radiaciones de una de las más puras conciencias poéticas de las letras castellanas contemporáneas... Carta a Li-Po fue una novedad absoluta en el panorama de la poesía española: no se había publicado en España, desde que Juan Ramón dio a conocer en 1923 sus antologías tituladas Poesía y Belleza, unos poemas tan despojados formalmente y, al mismo tiempo, tan densos de significado espiritual.»
Ángel Crespo
«Mostrar, nombrar el mundo, decir el instante, inmovilizar un momento del segmento temporal... un propósito de esta índole debía converger forzosamente con el de amplias zonas de la poesía oriental... No estamos lejos del haikú japonés, y no sería temerario recordar, entre los poetas occidentales, a un Wallace Stevens. Comarcas, como se ve, poco transitadas por la poesía hispánica.»
Pere Gimferrer
«Los poemas muestran las huellas de haber recorrido un largo camino. Se han despojado en él de todo lo superfluo, tanto en lo que se refiere a la forma como al contenido. Son sencillos, tan directos y efectivos como la piedra que cae por su propio peso.»
José María Parreño
«Uno de los autores ineludibles de la mejor poesía de la promoción de los cincuenta.»
José María Balcells