Los últimos días de la humanidad, una de las obras míticas de nuestro siglo, está en el centro de la ingente obra de Karl Kraus como el Minotauro en el laberinto. Todos sus ensayos, aforismos, panfletos y poemas convergen hacia esta pieza de teatro irrepresentable, que recoge todos los géneros y todos los estilos literarios, al igual que la realidad de la que habla —la primera guerra mundial— recogía las más sutiles y hasta entonces inéditas variedades del horror.
La escribió casi toda durante la guerra y en más de una ocasión leyó públicamente algunas de sus escenas. Siguió más tarde trabajando en ella hasta 1922, año en que él mismo la publicó, completa, en forma de libro. Para que los lectores españoles se den cuenta de los distintos fantasmas que rodearon siempre este libro, baste decir que ¡hasta 1986 no salió en Alemania la siguiente edición completa !, publicada por Suhrkamp Verlag (que reproduce la original de 1922). Sobre esta última edición trabajó durante tres años el traductor Adan Kovacsics, respaldado y asesorado por otros dos reconocidos colegas suyos, para entregarnos hoy esta versión magistral de la primera edición completa en lengua española de esta obra monumental.
Para Kraus, desde le principio, la guerra
fue un entresijo alucinante de voces,
desde la de la prensa hasta la de las chácharas en las tertulias, desde la de
las fatuas declaraciones de los Poderosos hasta la del inarticulado lamento de
las víctimas. Así como Kraus había
«visto» ya todas las atrocidades de la guerra en la amable vida vienesa de los
primeros años del siglo, también en la primera guerra mundial vio con perfecta
lucidez no sólo el nazismo, antes incluso de que existiera, sino los años en
que vivimos hoy : «la era de la
masacre». Por eso las palabras con las que Kraus introducía Los
últimos días de la humanidad sirven hoy como sirvieron entonces a sus
lectores : «El público de este mundo no sería capaz de soportarlo. Pues es
sangre de su sangre, y el contenido es
el de todos estos años irreales, impensables, inasibles para una mente
despierta, inaccesibles para la memoria y sólo conservados en algún sueño
sangriento, años en que personajes de opereta interpretaron la tragedia de la humanidad».