El espejo del crimen
entrevista a Henning Mankell
por Martín Solares
Después de una espera llena de suspenso, al fin podremos leer en castellano a Henning Mankell. Parece mentira que uno de los más prestigiosos escritores suecos haya sido traducido a otros veintidós idiomas antes que a la lengua española. Sin embargo, Mankell no pudo quedar en mejores manos: Tusquets publicará sus novelas policiales en la misma colección que incluye a otros clásicos del género, como Simenon, o como Sue Grafton y Leonardo Padura.
Siruela
tradujo asimismo El perro que corría hacia una estrella, anunciándola como la
primera entrega de una tetralogía para jóvenes. Esta novela se basa en la niñez
de Mankell que, como el protagonista de su libro, también tuvo una infancia
solitaria: "Yo tampoco conocí a mi madre -dice el narrador- hasta que tuve
quince años de edad. Eso contribuyó a crear una situación donde yo tenía que
ser mi propia madre". Como resultado de esa niñez, Mankell escribió esta
novela sobre los retos y aventuras de la infancia, donde el pequeño héroe debe
examinar a cada paso, sus nociones sobre la tolerancia, la amistad y el valor. El brillante tono poético, que no
descuida la intriga, al escritor se le ocurrió "por intuición", como
elige los tratamientos de sus libros.
Siguiendo
esa intuición, Mankell se trasladó a la ciudad de Maputo, cerca de la frontera
sur de Mozambique. Tras ser reconocido en su país como dramaturgo, el escritor
se propuso conseguir un punto de vista más ambicioso en su literatura y, para ello,
sintió que debía salir de Europa. Desde entonces Mankell ha escrito desde
África buena parte de sus casi treinta libros publicados. Asesinos sin rostro,
publicada en Suecia en 1989 y que saldrá en Tusquets a primeros de febrero, fue
la primera de sus obras en convertirse en un éxito de ventas. A partir de
entonces sus novelas, en particular la saga de nueve libros policiacos,
multipremiados, traducidos a 23 idiomas y adaptados para la televisión, han
vendido varios millones de ejemplares sólo en Europa. Una buena muestra de ello
es La quinta mujer, sin duda una de las novelas policiacas más originales y
sugerentes de los últimos tiempos. Sin desdeñar la compleja sicología de sus
personajes y apegada a un realismo irreprochable, La quinta mujer cuenta la
aparición de un psicópata en la tranquila sociedad sueca contemporánea. El
responsable de guiar la investigación, muy a pesar suyo, es el inspector Kurt
Wallander, jefe del departamento policiaco de Ystad. Como el Comisario Maigret
de Simenon, el inspector Kurt Wallander trabaja en equipo y su personalidad no
tiene nada de extraordinario. De hecho, es aún más parco que Maigret. No tiene
paciencia para hablar en público, pero sí para escuchar a colegas o testigos y
su capacidad para resolver crímenes se debe a su sentido del deber. Wallander
comete errores por el cansancio, olvida datos importantes, tarda en establecer
conexiones que al lector le podrían parecer evidentes, nunca tiene a mano papel
para apuntar las declaraciones de los testigos y en suma, es una persona de
carne y hueso que se golpea constantemente con las esquinas de las mesas, lo
cual le añade gran tensión a sus investigaciones.
Uno
de los puntos más interesantes de La quinta mujer es el hecho de que los
investigadores, empezando por el héroe, no han perdido su capacidad de asombro.
Al contrario de lo que ocurre con muchos de los inverosímiles detectives
literarios, Wallander y su equipo se estremecen sólo de pensar en el culpable
de las muertes: "¡Pero si estas cosas no pasan en Suecia!", se
sorprenden. Y es que para visualizar la naturaleza del asesino que encabeza la
trama, uno tendría que pensar en el Peter Lörre de M, el asesino de Düsseldorf
o al Anthony Hopkins de Psicosis. Ante esa perspectiva uno de los policías
piensa renunciar, dos más disimulan su preocupación argumentando que están
resfriados y el director de la investigación siente que le flaquean las
rodillas cuando debe acudir a un nuevo escenario del crimen. Al mismo tiempo
que desarrolla su intriga vertiginosa, el autor, como es su costumbre, examina
el tema de la justicia hoy en día y se pregunta si no se estarán volviendo
borrosos los límites entre el deseo de venganza y la aplicación de la ley.
Después de un viaje por Italia, de regreso
a África, Henning Mankell concede su
primera entrevista a un medio en castellano.
-Sus
primeros libros traducidos al español, La quinta mujer y El perro que corría
hacia una estrella utilizan tonos y recursos tan opuestos que parecen provenir
de dos escritores distintos. Por un lado, una novela de intriga irreprochable,
llena de suspenso y personajes memorables; por la otra una narración lírica
dirigida a los jóvenes, a partir de imágenes
que provienen de la infancia. ¿Cómo desarrolló estilos tan diferentes?
-Siempre
estoy cambiando la forma de mis novelas -y también escribo para el teatro o el
cine. Esto se debe a que, como cualquier campesino, creo que nadie debería
plantar la misma cosecha dos años seguidos. Además, dedicarme a muchas cosas es
un reto personal que me obliga a desarrollar la escritura.
-¿Por
eso se fue a vivir a África?
-Sí
-concede-. Básicamente fue por motivos racionales. Necesitaba encontrar un
punto de vista fuera de Europa para ganar una imagen del mundo más compleja.
Allá trabajo de seis a ocho horas diarias, y escribo en promedio unas cuatro
páginas al día.
-¿Tiene
una cuota diaria?
-No,
para mí un buen día de trabajo tiene que ver más con el tiempo que logro
trabajar que con el número de páginas que escribo.
-Quien
lea La quinta mujer tendrá la impresión de que usted se propuso evitar buena
parte de las convenciones de la novela criminal. Cuando usted escribió este
libro, ¿tenía la intención de romper con las fórmulas convencionales de la
novela negra? ¿Se propuso escribir una historia realista y verosímil?
-Yo
nunca me he visto a mí mismo como un escritor de novelas policiacas. Creo que
más bien estoy en otra tradición donde se usa el espejo del crimen para
examinar a la sociedad, los tiempos y el mundo en el que te tocó vivir. Cuando
me preguntan cuál es la mejor novela criminal que he leído, invariablemente
respondo: Macbeth, de Shakespeare. Nadie la calificaría como una historia
criminal, pero es precisamente eso, al igual que El corazón de las tinieblas,
de Joseph Conrad. Con esto quiero decir que no acepto incluir ningún tipo de
estereotipos en mi trabajo.
-El
protagonista de La quinta mujer, el inspector Kurt Wallander, es un detective
reservado y meticuloso que se resiste a hablar en público, no fanfarronea ni
responde con sarcasmos. Siempre trabaja en equipo y la sociedad en que vive no
está tan corrompida como el Bay City o Los Ángeles de Chandler. Además es
olvidadizo y despistado, se enferma fácilmente, a menudo no le gusta su trabajo
y su vida personal es un desastre. ¿Con este personaje tenía la intención de
criticar a los héroes convencionales de la novela policiaca, rudos e
infalibles?
-En
cierto sentido pretendo que Kurt Wallander sea una especie de guía, como lo fue
el personaje de Virgilio para Dante. Supongo que Wallander tiene mucho de
antihéroe. A veces tiene miedo, siempre se está preocupando; pero por otro lado
también es un policía experto y sabe que para resolver los crímenes debe
averiguar qué es lo que está cambiando en la sociedad, lo cual lo obliga a ser
un poco anarquista y a saltarse las reglas oficiales de vez en cuando.
-¿Cual
diría que es su método para mantener el suspense?
-Siempre
me imagino que tengo una página para atrapar al lector, y que después será
demasiado tarde. También me gusta imponerme retos, como por ejemplo, contar los
hechos más importantes no al final, sino al principio de cada historia. A
partir de entonces -no cabe duda Mankell se está divirtiendo- el suspenso
consiste en contar una historia sobre las razones por las que mis personajes no
resuelven una situación tan rápidamente como el lector.
-La
lista de los sicópatas que pueden encontrarse en el cine y la literatura ha
crecido notablemente en la última década. ¿Qué opina de este fenómeno?¿El
interés de la sociedad por los llamados "asesinos en serie" le parece
significativo?
-Es
un hecho que estamos viviendo en la época de los "asesinos en serie".
Y no es una ocurrencia mía: es un hecho que en todo el mundo ha aumentado de
manera impresionante el número de los asesinatos "en serie". No
sabría decir por qué, pero tiene que ver con que ha disminuido el respeto hacia
los derechos humanos más elementales. El valor actual del hombre, por decirlo
de manera figurada, es mucho menor al que tenía hace quince años.
-Suecia
aparece en sus libros como otro personaje. Por ejemplo, en La quinta mujer la
sociedad civil de Ystad se llena de indignación ante los crímenes y su
actuación tiene un peso importante en el desarrollo de la trama.
-Estoy
de acuerdo con usted. La sociedad y la época siempre tienen un papel importante
en mis novelas.
-¿Incluir
el mundo real le sirve para incrementar el suspenso de la ficción?
-En
general, la época y la sociedad me parecen tan importantes en el desarrollo de
la trama como el resto de las personas involucradas en la historia. Me parece
que así ocurre con cualquiera de nosotros en la vida diaria.
-¿Cuál
fue la idea que originó La quinta mujer?
-Todo
lo que escribo está basado en algo que desconozco pero me gustaría entender.
Nunca puedo escribir sobre un asunto si no me parece que contenga muchas
interrogantes. Para La quinta mujer pensé en la gente que cree que el sistema
de justicia ya no es apto para castigar el crimen, y me preguntaba por qué cada
vez hay más gente que piensa que debe
tomarse la justicia por su mano.
-¿Y
por eso incluyó aquel epígrafe? (La novela comienza con un proverbio popular
africano que dice: "La tela de araña teje con amor y esmero su
araña".) ¿Quería sugerir que son las sociedades modernas quienes provocan
la aparición de sus propios fenómenos
criminales?
-No
estoy muy seguro. Probablemente me interesaba enfatizar que con frecuencia
debemos examinar la mayoría de las certezas que tenemos sobre la vida. Pero es
evidente que, en un contexto más racional, puse ese epígrafe en el sentido que
usted propone: para indicar que es innegable que somos animales políticos,
cualquiera que sea la definición que ofrezcamos de nosotros mismos. Y en ese
sentido, la delincuencia es una creación de la sociedad. Supongo que una buena
manera de entender una sociedad es mostrándola en "el espejo del
crimen".
-Una
de las cosas más fascinantes del libro es que sus detectives son seres humanos
impresionables. ¿Cómo mantiene la integridad de sus actores?
-Tratándolos
con honestidad. Yo nunca me rehúso a presentar el lado negativo de mis personajes.
-Supongo
que con frecuencia sintió la tentación de hacer de Wallander un detective más
agresivo o más perspicaz. En cambio usted prefirió respetar las limitaciones
del personaje y dejó que fuera él quien decidiera cómo actuar y en qué momento
hacer deducciones. ¿Cuáles fueron las
reglas que observó para llegar a esto?
-En
todo lo que escribo observo una sola regla: la regla de la vida. Esta dice:
"la única prueba de que algo es real surge cuando cambia ese algo".
-Eso
parece otro proverbio africano. Y a propósito, ¿le interesa la opinión de la
crítica?
-No.
Prefiero la de mis hijos. Sea lo que sea que esté haciendo, me parece más
importante lo que les cuento a ellos.
-Por
último, y recuperando la experiencia de vivir en África durante todo este tiempo,
¿cómo definiría una novela?
-Una
novela es un paisaje donde hace falta una carretera. Y la labor del novelista
consiste en construir ese camino.
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