Es un honor para nosotros celebrar el setenta cumpleaños de Carlos Bousoño, uno de nuestros más ilustres poetas y Premio Nacional de las Letras 1993, enriqueciendo esta colección con su libro de poemas más reciente, El ojo de la aguja.
Creemos que la cita preliminar señala perfectamente el terreno en el que Bousoño, en este libro, ha querido situar sus poemas : «Tres tiempos hay, o pudiera haber, o acaso hubiere : el tiempo de la vida en la vida ; el tiempo de la vida en el arte o en ciertos instantes especiales de nuestro vivir, en que se modifican los hábitos cotidianos de nuestra mirada ; y el tiempo de la vida en un Más Allá siempre problemático, envuelto en el enigma, en la ambigüedad, en el sueño». Es posible que el lector de poesía, conocedor de la obra del poeta, perciba fácilmente en ella cuáles son los temas que inspiran El ojo de la aguja. De hecho, son los mismos que han estado ocupando toda su poesía, tal vez con un ligero acento sobre uno de sus temas de predilección, la vivencia de la muerte
Pero, ya que tenemos esta posibilidad, dejemos hablar al propio poeta de su libro. Lo hizo en marzo de este año en el Aula de la Tertulia Hispanoamericana que dirige desde hace cuarenta años el también poeta Rafael Montesinos : «El arte y la poesía son melancólicos sustitutivos de Dios. Así, concibió la poesía como una sustitución de un ser supremo que nos salve». Y tal vez, precisamente por esta esperanzada convicción, puede añadir : «Yo soy un estoico a quien no le da miedo la muerte. Vivo su cercanía intensamente, pero no con desesperación».
Probablemente el que, paradójicamente, se desprenda de su lectura un extraño sentimiento de serenidad, como si, convertidos en videntes gracias al conocimiento que nos brinda, accediéramos, a través de ese bíblico ojo de la aguja, a un amplio dominio, hasta entonces desconocido, se debe a que los poemas de El ojo de la aguja han sido escritos desde esta lúcida cercanía, «algo fúnebre, trágica».
Carlos Bousoño nace en 1923 en Boal (Oviedo). Vive una adolescencia solitaria que tal vez propiciara una precoz vocación poética. En 1943 se traslada a Madrid, donde se licencia en filología románica. Entre 1947 y 1949 vive en México y Estados Unidos, donde sustituye temporalmente a Jorge Guillén en su cátedra de literatura en el Wellesley College. A su regreso a Madrid en 1950, ejerce de profesor en la facultad de filosofía y letras de la Universidad Complutense, actividad que alterna con la escritura poética y la reflexión teórica sobre la poesía, plasmada en siete prestigiosos ensayos. En 1979 ingresa como miembro de número en la Real Academia Española. Premio Príncipe de Asturias 1995, su obra le ha hecho merecedor del Premio Nacional de las Letras en tres ocasiones, y del Premio de la Crítica en 1979.