Aegrará sin duda a los lectores de poesía encontrarse con un
libro de poemas de Eloy Sánchez Rosillo,
a quien acogemos con entusiasmo en nuestra ya tan prestigiada —por los autores
que figuran en ella— colección Nuevos
textos sagrados. Desde que ganó en 1977 el Premio Adonais con su primer libro de poesía, Maneras de estar solo (Rialp, Madrid, 1978), Sánchez Rosillo ha ido conformando lentamente una obra que hoy
culmina con La vida, donde reúne composiciones escritas
entre 1989 y 1995, su poemario quizá más depurado y maduro.
Fiel a su poética, que hace de cada libro el testimonio de
un tiempo vivido, de un periodo vital, el poeta sugiere en La vida, con un lenguaje
cristalino y como sin proponérselo, una sutil y matizada reflexión sobre el tiempo y el recuerdo, una recreación estética de la experiencia intransferible de madurar,
rememorar y envejecer. Sabemos de la plenitud de la vida cuando ya forma parte
del pasado, y sólo el eco de su fulgor nos redime de la abrumada incertidumbre
con que nos cargan los años.
Desde un presente que inicia el descenso, en La
vida se evocan, junto a la transparencia de la infancia, la experiencia
culminante del amor y el irremediable sentimiento de pérdida que supone toda
madurez. Si el recuerdo salva los restos de ese naufragio inevitable, los
poemas de Sánchez Rosillo acaban
provocando el milagro de rescatar las tibiezas del aire, la luz cegadora del
verano, el crepúsculo detenido o las sombras premonitorias. Tras la aparente
sencillez de los enunciados, sus versos captan aquí en un delicado equilibrio
pequeños entusiasmos no verbalizables, añoranzas sin perfil, sentimientos hasta
ahora mudos que los poemas logran convocar y hacer reconocibles. Como dice el
poeta:
Toqué entonces el
mundo: lo hice mío, fue mío.
Han pasado los años.
Ahora ya sólo soy
el que recuerda, el que vivió, el que escribe.