Joseph Brodsky, Premio Nobel de Literatura, dijo en cierta ocasión que «la pluma de
Fleur Jaeggy es el buril de un
grabador». Difícilmente podría definirse mejor la prosa de esta escritora
italiana que, desde 1974, ha prestigiado nuestro catálogo con novelas tan
espléndidas como El ángel de la guarda (Cuadernos Ínfimos 48) y Los
hermosos años del castigo (La flauta mágica 26), sobre la que el propio
Brodsky comentó que «se lee en unas
cuatro horas y se recuerda, al igual que a la autora, toda la vida».
La atmósfera «dulcemente peligrosa» —que planea en estos
siete relatos e induce a la melancolía y al
temor del cielo— parece cincelada por una mente insidiosa y despiadada, que
observa a los personajes y sus tribulaciones como un entomólogo, sabio y
cómplice a la vez. Un terror sutil, un gélido secreto, una subrepticia
propensión al delirio anidan en los gestos y los lugares de estos cuentos
irónicos y violentos. ¿Accederá Marie
Anne a dejar en manos de unos ricos a su pequeña hija, a la que en realidad
detesta? ¿Acaso Gretel, esposa de un
carnicero, podrá demostrar que también es capaz de matar? ¿Puede la señora Heber fundar las sospechas que
alberga sobre la conducta de su marido? ¿Vencerá Ruth su soledad conquistando a la bella Vreneli? ¿Cuál será el efecto del Föhn, ese viento furioso, en una
pareja de viejos que están a punto de celebrar sus bodas de oro? Todos
podríamos llevar oculta una engañosa respuesta.
Con el estilo límpido y terso que la caracteriza, Jaeggy nos deja trastocados por una infrecuente emoción, entre el desconcierto, la seducción y el temor.