«Mi madre Alma era una leyenda, y las leyendas son difíciles de destruir», reconoce hoy Anna, hija de Gustav Mahler. De hecho, casi la totalidad de su larga vida (ochenta y cinco años), fue el escenario de grandes conmociones, y ella tuvo el privilegio de asistir en primerísima línea a todo ello, prácticamente del brazo de los protagonistas de la historia del arte de nuestro siglo : Mahler, Gropius, Kokoschka, Werfel, Schoenberg, Stravinsky, Thomas Mann… Cuando se publicó Mi vida, que recoge sus papeles, diarios, cartas y notas, Alma era ya muy mayor, y es improbable que haya podido «reescribirlos» para el público. Tanto mejor, pues participamos así de las aventuras, las emociones y los pensamientos en la intimidad de un personaje contradictorio, pasional y desconcertante. De haber nacido un siglo más tarde, habría sido compositora y directora de orquesta ; en aquel entonces, consagró su vida a aquellos hombres en quienes reconocía la genialidad, y, cual experta cortesana, supo atraerse por igual a amigos, amantes y maridos, célebres todos.
Fue una
de esas privilegiadas mujeres deci-monónicas cuyo único fin fue el de
ali-mentar la imaginación creativa de los hom-bres famosos a quienes los dioses
parecen haberlas destinado. Hija del célebre pintor vienés Schindler, «la chica
más guapa de Viena» se casa, en 1902, a los veintidós años, primero con el
compositor Gustav Mahler; después, tras la muerte de éste en 1911, con el gran
arquitecto Walter Gro-pius, fundador de la Bauhaus y, más tarde, a los
cincuenta años, con el escritor Franz Werfel. Entretanto, mantuvo relaciones
con músicos, dramaturgos y pintores, co-mo Oscar Kokoschka, a quien le unió una
apasionada amistad a través de los años y los matrimonios. Pese a una vida ya
legen-daria, es posible que Alma suscite en algu-nos ciertas reservas, no sólo
por sus devaneos autoritarios, sino también por su prepoten-te esnobismo. No
obstante, quizá precisa-mente por estas extrañas contradicciones, sea su vida
aún más fascinante.