Basándose, «como un augur, en las vísceras del pasado» para adivinar el futuro, estas conferencias escritas por Friedrich Nietzsche en 1872, a los veintisiete años, cuando era todavía profesor en Basilea, contienen algunas de las afirmaciones más radicales y revolucionarias contra el sistema de la cultura moderna jamás enunciadas. En ellas su autor se propuso hacer explícito el nexo entre la educación escolástica y el uso que la sociedad hace para sus propios fines del trabajo intelectual, así como revelar el propósito de explotación que subyace en el deseo por difundir la cultura. Nietzsche centra sus dardos en el historicismo, atacado aquí como el maligno encanto que consigue «paralizar» los esfuerzos e impulsos de la cultura por aproximarse a la «ambigüedad de la existencia»
La vida
de Friedrich Nietzsche (Röcken,
1844-Weimar, 1900) está marcada, de principio a fin, por un aura inequívocamente romántica. En efecto,
su temprana genialidad intelectual, llena de fulgurantes intuiciones sobre los
presocráticos y la decadencia griega posterior a Sócrates (El nacimiento de la tragedia, 1872) obtuvo como recompensa la hostilidad y el desprecio de los medios
universitarios y académicos oficiales. Además, este filósofo de la vida fuerte, plena y derrochadora fue
asediado desde muy pronto por una enfermedad que ya no le abandonaría hasta el
dramático episodio de Turín y los diez años de silencio que siguieron hasta su
muerte. Maestro como pocos de la lengua alemana y fustigador de los incontables
«ídolos» de la existencia humana, Nietzsche es, sobre todo, un genial creador
de enigmas (la muerte de Dios, el superhombre, el eterno retorno...) capaces de
suscitar materia de reflexión para los próximos siglos