A
los lectores habituales de John Irving,
conocido por sus complejas y largas novelas, quizá les sorprenda descubrir en La
novia imaginaria a un autor de narraciones breves, de una simplicidad y
de una concisión extraordinarias. Dividido en tres partes —Relatos autobiográficos,
Narraciones y Homenajes—, este
volumen reúne doce piezas literarias
que cubren treinta años de escritura. Y en todas ellas está presente, con su
proverbial ironía y malicia —esta vez referidas a sí mismo— y con modestia y
sinceridad inesperadas, el autor que ha
cautivado ya con sus novelas a tantos lectores en el mundo entero.
Al
hilo de sus narraciones y digresiones, John
Irving va evocando sus encuentros con «hombres notables» —ya sean
entrenadores deportivos o profesores de literatura— que le han servido de
estímulo, y otros más corrientes, como el entonces presidente de Estados Unidos
Ronald Reagan. Se recuerda como un
adolescente gafe y torpe, incómodo en todas partes menos en el ring de lucha
libre, y que, cuando no luchaba, leía a los clásicos, en particular a Dickens. Tras contar historias de
ficción, describe, bajo distintas formas, episodios insólitos como el año
electoral correspondiente a las campañas de Bush y Clinton, o cómo
vendió a la revista Playboy un cuento
suyo con un seudónimo femenino. Tampoco faltan los homenajes a sus autores
predilectos. Y señala: «Ser escritor es un arduo maridaje entre una observación
minuciosa y la imaginación, no menos minuciosa, de las realidades que no has
tenido ocasión de ver». Por eso La novia imaginaria es a la vez un
gran logro literario y la expresión de un modelo de vida, el mundo según Irving.