Cuando
Alexandr Solzhenitsyn acabó de escribir Archipiélago
Gulag, confesaba en el epílogo: «La de veces que empecé este libro para
abandonarlo después. No podía acabar de comprender si era necesario o no que
escribiera yo solo un libro semejante. Y además, ¿cuánto tiempo lo soportaría?
Pero cuando, sumándose a lo que yo ya había recopilado, convergieron sobre mí
otras muchas cartas de presos procedentes de todos los rincones del país,
comprendí que, dado que todo esto se me había dado a mí, debía hacerlo». Y es
que Solzhenitsyn fue redactando entre 1958 y 1967, en la más absoluta
clandestinidad, los numerosos fragmentos que darían lugar a Archipiélago Gulag. Lo hizo sin
archivos, partiendo de los recuerdos de sus propias vivencias y de los
testimonios de sus compañeros de prisión, y sufriendo en el momento álgido de
su trabajo, en 1965, el saqueo de sus papeles junto con el secuestro de la
novela El primer círculo.
Este tercer y último volumen está
articulado en siete partes: «La industria penitenciaria», «Perpetuum mobile», «Campos de trabajo y exterminio», «El alma y el
alambre de espino», «El presidio», «El confinamiento» y «Stalin ya no está». En
ellas Solzhenitsyn aborda los últimos años del dominio de Stalin y de sus
sucesores, y explica cómo –un cuarto de siglo después de que la Revolución lo
aboliera– se restableció el presidio ruso, y con él los «campos especiales»
reservados para los presos políticos. Solzhenitsyn describe las condiciones de
vida en los campos soviéticos de la posguerra, las evasiones, las huelgas, las
revueltas heroicas... El confinamiento en ellos, la otra forma de exilio,
afectó a unos quince millones de campesinos y se convirtió en un método
generalizado de marginación de los indeseables. «Los dirigentes pasan», decían,
«el Archipiélago perdura».
Culminamos con este tercer volumen la publicación de esta obra monumental, traducida a partir de la edición que, en 1980, Solzhenitsyn fijó como la definitiva, revisada y aumentada.
INFORMACIÓN COMPLEMENTARIA
Sobre Archipiélago Gulag
Solzhenitsyn narraba algo que ya se
conocía aunque la inmensa mayoría de
la intelectualidad de izquierdas mirara a
otra parte, los ojos fijos en el imperialismo americano: la realidad del sistema concentracionario soviético. Pero lo hacía
con el talento de un gran escritor, que aporta un testimonio basado en la experiencia privada, con un lenguaje preciso y conmovedor no exento de ironía.
Josep Ramoneda, El País, Babelia
La encendida escritura de Archipiélago Gulag no está destinada a buscar la piedad ni el combate político o ideológico. No es tampoco un testimonio al uso pensado para la lucha contra el olvido. Estamos ante la memoria total y abrasadora de un continente formado por campos de exterminio distribuidos por toda la Unión Soviética en los que murieron cincuenta millones de personas. Una tierra
sin escritura donde la tradición oral, la
única posible en medio de aquellos hielos permanentes, quedaba interrumpida por la muerte de sus habitantes, los indígenas de
un continente insólito y vergonzoso. «Todos han muerto», recuerda Solzhenitsyn una
y otra vez ante la falta de documentos, de fotografías, de estadísticas, de nombres. Ante
la impunidad legal de sus responsables:
nadie ha sido castigado.
Anna Caballé, Abc, El Cultural