Leyendo a Alvaro Cunqueiro todo se resuelve en viajar, pues él es amable guía, propicio siempre a conducirnos por los inabarcables territorios de su sabiduría e imaginación. «Viajamos con nuestras imaginaciones y recuerdos», escribe, «y lo que vamos creando o soñando son memorias y nostalgias. Quizá sea verdad que el fin último de toda cultura es la invención y la melancolía.» Si así fuera, tendríamos que reconocer en Cunqueiro al hombre culto por excelencia, incomparable en el arte de fundir un insólito caudal de conocimientos a un talante cordial y humanístico, que hace de sus artículos piezas ejemplares de precisión y amenidad.
El viaje entendido como recorrido de la fantasía, el viaje entendido como experiencia intelectual, cobra en el gran polígrafo gallego una envergadura extrovertida, deliciosamente extravagante, y ello sin caer nunca en la erudición, pues, como el propio Cunqueiro escribe, «yo no soy un erudito, por eso pido perdón si alguna vez me encuentran como tal ; a mí lo que me gusta es contar llano y seguido, fantástico y sentimental a la vez ; lo que pasa es que a veces está uno distraído».
Y ya que hemos tomado a Cunqueiro la palabra, no está de más añadir estas esclarecedoras líneas suyas : «Lo más propio mío es sumar noticias que muestran lo vario que es el mundo, y lo ricamente, y con cuántas sorpresas, se puede almacenar la memoria humana. Yo, que no desconozco los grandes temas del siglo, y estoy atento a eso que llamamos la coyuntura histórica, y acepto la gran patética de mi tiempo y quiero ayudar en lo que me sea posible y aun bastante más, al hombre de estos días, tantas veces puesto en el filo de la navaja, no me dejo asustar por los profesionales de la angustia y busco en la gran peripecia humana, tantas veces mágica aventura, tantas veces sueños espléndidos y mitos trágicos, la razón a continuar».
Nació en
1911 en Mondoñedo (Lugo). Fue uno de los escritores más grandes de nuestro
siglo tanto en castellano como en gallego, durante muchos años dirigió el Faro de Vigo y colaboró toda su vida,
con artículos de toda índole, en varias revistas españolas. Al fallecer, en
1981, dejó tras de sí novelas como Las
crónicas del Sochantre (Premio nacional de la Crítica en 1959), Merlín y familia, Cuando el viejo Simbad
volviera a las islas, Las mocedades de Ulises, Un hombre que se parecía a
Orestes (Premio Nadal en 1968) y La
vida y las fugas de Fanto Fantini, así como ensayos gastronómicos y una
infinidad de crónicas sobre todo aquello con lo que alimentaba cada día su
insaciable curiosidad y que al cuidado de César Antonio Molina hemos agrupado
por temas: La cocina cristiana de
Occidente, Tesoros y otras magias.
Viajes imaginarios y reales, Los otros caminos, El pasajero en Galicia, La bella del dragón y Papeles que fueron vidas.