El antisemitismo se extiende desde la primera cruzada en el siglo XI hasta el holocausto nazi del siglo XX, y aún persiste en la actualidad debido en buena parte a las polémicas políticas que ejerce el contemporáneo Estado de Israel. Se trata de la historia de una pasión asesina con el tiempo secularizada gracias al tema cristiano del crimen ritual: la necesidad de elaborar el pan ázimo de Pascua con sangre cristiana, preferentemente de un niño. Pero existen múltiples variantes de esta leyenda, que responde más a una superstición paranoica —tras la que se han parapetado diferentes formas de antijudaísmo, ya sean religiosas, racistas o económicas— que a una verdadera liturgia, pues nunca se ha logrado demostrar que algún texto sagrado judío así lo prescriba.
El judaísmo para la tradición cristiana no es una herejía, tal y como aseguraron Pablo de Tarso y Agustín de Hipona así como tantos papas y prelados católicos, ortodoxos y protestantes a lo largo de la historia, si bien el discurso de odio y miedo frente a los judíos nunca dejó de existir. Este ensayo de Jean Meyer se centra en el antisemitismo europeo entre 1880 y 1914 canalizado y difundido por la revista jesuita Civiltà Cattolica, auspiciada por la Curia romana, que recoge la confrontación ideológica en Europa entre la modernidad, cuya vanguardia eran los judíos —destructores de toda religión desde la Revolución francesa, según estos católicos de la época—, y la Iglesia, guardiana de la única «verdad» y, por ello, contraria a cualquier forma de pensamiento que pusiera en riesgo su hegemonía.