A sus sesenta y seis años y con todos los premios literarios más importantes de Estados Unidos a sus espaldas, John Updike parece vivir como escritor su etapa más fructífera y más creativa. En pocos años él, tan parco en periodos anteriores de su dilatada y brillante vida literaria, nos ha sorprendido con dos novelas insólitas en el conjunto de su obra, Brasil (Andanzas 219) y ahora La belleza de los lirios, y, por si fuera poco, un espléndido libro de cuentos, Lo que queda por vivir (Andazas 309).
Todo comienza en 1910, cuando Clarence Wilmot, un pastor presbiteriano de Nueva Jersey, pierde primero la fe y luego la cabeza por el cine, y se convierte en vendedor de enciclopedias. Con él empieza la saga de los Wilmot y sus querellas con Dios. Teddy, su hijo menor, si bien es consciente de que para ser un buen ciudadano norteamericano debe salir al mundo y competir, decide quedarse en su pequeña ciudad y casarse con Emily, joven metodista con una deformación en un pie. De este matrimonio nace Essie, para quien no existe la desilusión ni el miedo y que, convencida de su propia perfección, acaba en Hollywood, donde por un tiempo se convertirá en una pequeña diosa de la pantalla. Y es que, para Essie, Dios no es sino una benigna presencia celestial dedicada a satisfacer sus deseos. Pero ¿qué le espera a Clark, el hijo que Essie ha descuidado, cuando, desafiando a sus antepasados, cae en manos de una secta?
Tal como escribe el crítico Michiko Kakutani en The New York Times: La belleza de los lirios es una «novela deslumbrante. […] No sólo la más ambiciosa de Updike, sino tal vez la más bella. […] Poblada de personajes de una vivacidad extraordinaria -soñadores, débiles, trepadores, chiflados y almas perdidas- […] nos obliga a una nueva apreciación del "sueño americano"».
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